Llegó a casa del trabajo con un nudo en la garganta y en el estómago. No era un día como los demás. Sabía que al entrar por la puerta lo que estaba pasándole se haría presente una vez más. En el ir y venir del día, en medio del tráfico, haciendo su trabajo, corriendo de un lado a otro casi se le olvidaba.
Pero la casa en silencio le recordaba cuánto le dolía la ruptura, la separación. Se acostumbró a él, a sus mensajes de texto todas las mañanas para decirle buenos días, se acostumbró a su cabello, a sus camisas, a esperarlo en la noche, a su extraño sentido del humor. Se acostumbró a ver su pijama bajo la almohada de la cama que a veces compartían pero sobre todo, se acostumbró entrañablemente a dormir con él.
Se acostumbró y se ilusionó con la idea de ellos juntos y llegó a creer en muchos momentos que eran felices y que eran la pareja más bonita sobre la Tierra porque este amor era verdadero y a toda prueba. Probablemente eso fue cierto hasta que dejó de serlo, porque también hay que decir que ella nunca pudo acostumbrarse a la prisa que lo consumía a él, a esa ansiedad a veces evidente y a veces sutil que estaba presente entre ellos, generando en ella una sensación de que siempre se hacía tarde, de que no había que perder el tiempo en tonterías, de que el tiempo de él valía oro y que siempre había alguna clase de cronómetro corriendo tras sus espaldas.
Pero la casa en silencio le recordaba cuánto le dolía la ruptura, la separación. Se acostumbró a él, a sus mensajes de texto todas las mañanas para decirle buenos días, se acostumbró a su cabello, a sus camisas, a esperarlo en la noche, a su extraño sentido del humor. Se acostumbró a ver su pijama bajo la almohada de la cama que a veces compartían pero sobre todo, se acostumbró entrañablemente a dormir con él.
Se acostumbró y se ilusionó con la idea de ellos juntos y llegó a creer en muchos momentos que eran felices y que eran la pareja más bonita sobre la Tierra porque este amor era verdadero y a toda prueba. Probablemente eso fue cierto hasta que dejó de serlo, porque también hay que decir que ella nunca pudo acostumbrarse a la prisa que lo consumía a él, a esa ansiedad a veces evidente y a veces sutil que estaba presente entre ellos, generando en ella una sensación de que siempre se hacía tarde, de que no había que perder el tiempo en tonterías, de que el tiempo de él valía oro y que siempre había alguna clase de cronómetro corriendo tras sus espaldas.
El nunca entendió la hipersensibilidad de ella. Esa parte de ella que la volvía frágil frente a muchas actitudes de él, que ella interpretaba como desapego, abandono, frialdad, falta de cariño. El siempre pensó que ella exageraba, que las cosas estaban más que bien, que los problemas era insignificantes, que ella armaba una guerra por casi nada casi siempre.
Ella no encontró nunca las palabras para comunicarle que en verdad la pasaba mal. Que un día entero sin tener contacto con él la lastimaba, que las decisiones que él tomaba unilateralmente como si ella no existiera, le mandaban el mensaje de que no tenía un lugar en el mundo de él y que su presencia en la vida de este hombre parecía muchas veces prescindible.
Se pensó varias veces como una muñeca que sacaban de su vitrina cuando era necesaria y que volvía a ser guardada cuando ya no lo era. Tal vez en esto radicaba el problema. Ella, enamorada, se perdió a sí misma y dejó de verse como una persona independiente, convirtiéndose en un objeto adaptable a las necesidades de él. Y lo hacía por estar convencida de que esta relación era la buena, la definitiva, la que alejaría para siempre su tristeza y su soledad.
Tenía tantas ganas de compartir su vida con alguien, pero en eso estaba sola, porque su idea de entrega y de cercanía, su idea de comprometerse, de cerrar filas en torno a quien se ama, su idea del amor no tenía nada que ver con la de él, que era un solitario empedernido acostumbrado a vivir su vida como le daba la gana. El no sabía comunicar lo que le pasaba y había días en que lo único que quería era estar en silencio, haciendo sus cosas sin que nadie lo molestara. Ese era él y ningún pecado había en que fuera así. Y esa era ella, con necesidades de afecto y cercanía que chocaban con el espíritu solitario y silencioso de él.
Hoy, ella se enfrenta al dolor de la pérdida, a la incertidumbre, al síndrome de abstinencia que le genera la ausencia de él. Quiere llamarlo cada segundo del día, quiere decirle que no importa lo que ella quiera, que prefiere estar con él como sea a tener que alejarse para siempre. Pero luego se calma, se toma un café y se da cuenta de que no puede hacer eso, porque estaría traicionándose y porque algún día le cobraría a él haber renunciado a sus deseos y necesidades so pretexto del amor.
También sabe que su miedo a la soledad y a la tristeza lo tendrá que resolver ella y que ninguna relación por buena que sea, hará el efecto mágico que sólo el trabajo personal puede hacer. Ella sabe que las despedidas duelen y también sabe que es más fuerte y menos frágil de lo que parece. Piensa en esa fábula oriental que una amiga le contó: "el dolor es como un tigre y de pronto te das cuenta de que estás frente a él. Sería inútil correr porque de todos modos te alcanzará. Mejor abraza al tigre y deja que te coma".
Así que ella no hará nada más que seguir adelante con su vida lo mejor posible dadas las circunstancias. Y no se permitirá echar a perder todo lo demás de su vida que funciona bastante bien sólo porque tiene roto el corazón. Y cuando el tigre venga por la noche al final del día cuando está cansada o en momentos felices en los que quisiera estar con El, lo abrazará y dejará que se la coma. Y aunque hoy cada segundo le parezca una eternidad, ella sabe que todo pasará.
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También sabe que su miedo a la soledad y a la tristeza lo tendrá que resolver ella y que ninguna relación por buena que sea, hará el efecto mágico que sólo el trabajo personal puede hacer. Ella sabe que las despedidas duelen y también sabe que es más fuerte y menos frágil de lo que parece. Piensa en esa fábula oriental que una amiga le contó: "el dolor es como un tigre y de pronto te das cuenta de que estás frente a él. Sería inútil correr porque de todos modos te alcanzará. Mejor abraza al tigre y deja que te coma".
Así que ella no hará nada más que seguir adelante con su vida lo mejor posible dadas las circunstancias. Y no se permitirá echar a perder todo lo demás de su vida que funciona bastante bien sólo porque tiene roto el corazón. Y cuando el tigre venga por la noche al final del día cuando está cansada o en momentos felices en los que quisiera estar con El, lo abrazará y dejará que se la coma. Y aunque hoy cada segundo le parezca una eternidad, ella sabe que todo pasará.
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